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La patria que lloraba mi mamá

  • lubigoni2
  • 9 jul
  • 1 Min. de lectura

Mi mamá lloraba en los actos del 9 de julio. No siempre, pero a veces. Bastaba que una nena cantara el himno con voz temblorosa o que un nene dijera “libertad” en voz alta para que se le llenaran los ojos de lágrimas. Yo la miraba con una mezcla de ternura y vergüenza. No entendía qué le pasaba. Era solo un acto. Era solo una fecha.


Hoy, muchos años después, empiezo a entender.


No es que el país sea una bandera ni una escarapela. No es eso lo que emociona. Lo que emociona es algo más invisible: el recuerdo de lo que fuimos, la esperanza de lo que podríamos ser. Lo que duele no es la patria, sino verla tan rota. Y sin embargo, seguir amándola.


A veces me pregunto si seguimos siendo independientes. Si alguna vez lo fuimos del todo. Porque hay otras formas de depender: del que tiene más, del que impone condiciones, del que maneja los hilos aunque no se lo vea. Y también hay dependencias más silenciosas: del miedo, del desencanto, de la costumbre de no esperar nada.


Pero a pesar de todo, cada 9 de julio algo se nos enciende. Un recuerdo, una promesa, una palabra dicha en voz baja. Como si el país, con todos sus dolores, siguiera siendo también una posibilidad. Una pregunta abierta. Una emoción que, como mi mamá, a veces no sabemos cómo explicar.


Y tal vez ahí esté la patria: en las lágrimas que no se ven, en la esperanza que todavía se atreve a quedarse.

 
 
 

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