Crónica de actualidad
- 8 jul
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En Argentina, todo se hace cuesta arriba. Desde hace meses, la inflación devora los sueldos antes de que lleguen al bolsillo, el precio del transporte sube, la canasta básica se encarece y la angustia se vuelve rutina. En cada esquina, una historia: un docente que no llega a fin de mes, una jubilada que elige comer o comprar medicamentos, un joven que se va del país con lo puesto. En ese contexto, la salud pública también tambalea y es así, que esta semana el Hospital Garrahan amaneció con pasillos más silenciosos de lo habitual. No por falta de pacientes, sino porque quienes trabajan ahí decidieron hacer una pausa forzada: un paro de actividades en reclamo por los bajos salarios, la desfinanciación crónica y la falta de respuestas del Gobierno nacional.
Desde hace meses, los trabajadores y trabajadoras del Garrahan vienen alertando sobre el deterioro de las condiciones laborales. Sin embargo, la gota que rebalsó el vaso fue el aumento salarial del 9% ofrecido por las autoridades, muy por debajo de una inflación que ya supera el 290% interanual.
“Con ese porcentaje no cubrimos ni el aumento del colectivo”, dice Carolina, enfermera desde hace más de 20 años. Ella forma parte de uno de los sectores más golpeados del sistema de salud, el de las enfermeras, quienes históricamente han sostenido los hospitales en condiciones precarias, y que hoy enfrentan una realidad salarial alarmante. Según datos del propio personal, el salario básico de una enfermera del Garrahan ronda los 750 mil pesos, mientras la canasta básica para una familia tipo supera el millón.
El paro tuvo una adhesión masiva. Se garantizó la atención de urgencias y guardias mínimas, pero se suspendieron cirugías programadas, controles y estudios. Afuera, sobre la calle Pichincha, se escucharon bombos, aplausos y una consigna que se repitió con fuerza: “La salud no se vende, se defiende”. Los carteles hechos a mano mezclaban reclamos salariales con denuncias más estructurales como la falta de insumos, recorte de partidas presupuestarias y vaciamiento del hospital.
Pero no se trata solo de sueldos. Se trata de un modelo de salud pública que, en lugar de fortalecerse, parece estar en retirada. En lo que va del año, el Hospital Garrahan recibió un presupuesto que, ajustado por inflación, es sensiblemente inferior al del año pasado.
La situación del Garrahan es particularmente simbólica. No solo por ser una referencia nacional en atención pediátrica de alta complejidad, sino porque el 80% de sus pacientes provienen de otras provincias. Es decir, cuando el Garrahan se debilita, lo que se debilita es el acceso a la salud de miles de niños y niñas de todo el país. “Si el Garrahan cae, caemos todos”, resume Sandra, técnica en hemoterapia.
El conflicto también pone en evidencia una política sanitaria que ha perdido centralidad en la agenda del Gobierno nacional. Desde la asunción de Javier Milei, los gremios denuncian una ola de recortes que afecta directamente a hospitales, programas de vacunación y distribución de medicamentos oncológicos. En el Garrahan, donde conviven casos clínicos de extrema complejidad y una carga emocional inmensa, el desfinanciamiento no solo se mide en pesos: se mide en tiempo, en angustia, en riesgo.
Mientras tanto, el paro continúa. No hay una fecha exacta de resolución pero hay una certeza: no se puede cuidar sin ser cuidados. Y si los que salvan vidas no pueden vivir dignamente, entonces el sistema entero está en crisis.
La salud pública en Argentina está herida. El paro del Garrahan no es solo un reclamo gremial. Es un grito que resuena más allá de las paredes del hospital. Un llamado de atención urgente. Porque cuando un hospital se detiene, lo que está en juego no es solo el salario de sus trabajadores. Lo que está en juego es el derecho a la salud de toda una sociedad.






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