
Agustín Tapia: el heredero que juega a otra velocidad
- lubigoni2
- 18 jul
- 2 Min. de lectura
Hubo un tiempo en que el pádel argentino tenía nombre y apellido. Fernando Belasteguín era más que un jugador: era un símbolo. De la perseverancia, del talento que resiste, del argentino que se hace leyenda en silencio. Cuando el Rey de Pehuajó empezó a despedirse, lo que quedó fue un hueco. No en el ránking, sino en algo más profundo: ¿quién iba a volver a hacernos creer que el pádel argentino tenía futuro?
La respuesta llegó desde el norte. Desde Catamarca, una provincia más acostumbrada a exportar jugadores de fútbol o boxeadores. Diestro, rápido, hábil con la paleta y con la cabeza. Agustín Tapia no vino a ocupar un trono ajeno: vino a cambiar las reglas del juego.
🎾 Tapia no juega: compone
Lo que diferencia a Tapia no es solo su palmarés. Es cómo interpreta el juego. Donde otros corren, él espera. Donde otros rematan, él engaña. Tiene el don de decidir bien en el segundo exacto en que los demás dudan.
Juega en la posición de revés . Tiene un control de bola quirúrgico, una capacidad asombrosa para defender bajo presión, y una creatividad que lo hace imprevisible. Su famosa víbora, su bajada de pared sin rebote, su uso del globo ofensivo, son marcas registradas.
Tapia piensa los puntos. No improvisa, pero parece que sí. Por eso se vuelve hipnótico: sus partidos no solo se juegan, se ven con placer.
🏆 Por qué es el mejor del mundo hoy
Desde que se unió con Arturo Coello, no paró de ganar. En 2023 conquistaron 15 títulos juntos y terminaron como pareja número uno del mundo. Y lo más increíble es que Tapia sigue evolucionando: con 25 años, todavía no llegó a su techo.
Tiene un físico privilegiado, un golpe que lastima, y una madurez táctica que le permite adaptarse a rivales y contextos. No es solo magia: es estrategia pura.
Además, en un circuito donde el pádel se juega cada vez más rápido, él logra algo difícil: hacerlo parecer lento, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
🇦🇷 Más que un número uno
Tapia no solo volvió a poner la bandera argentina en la cima del pádel mundial. Le devolvió identidad a un deporte que parecía ya propiedad exclusiva de España.
No grita, no vende humo, no se sobreactúa. Solo juega. Y juega como si no pudiera no hacerlo. Como si en cada partido hubiera algo de destino. En tiempos donde lo espectacular muchas veces le gana a lo genuino, Tapia es un milagro: alguien que hace de la sensibilidad una forma de competencia.
Bela fue el rey. Tapia es otra cosa. Es arte en movimiento. Es futuro en presente. Es el Mozart de Catamarca. Y todavía le queda mucha música por tocar.
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